El rasgo decisivo de la situación política es el
olvido de la idea y la práctica de la revolución. Hoy todos son
no-revolucionarios y anti-revolucionarios, la izquierda igual que la derecha, y
la izquierda “radical” tanto como la izquierda institucional.
En la izquierda todo es sustituir un régimen
parlamentarista y partitocrático, el monárquico, por otro, el republicano. Y un
capitalismo, el actual, por otro, el hiper-capitalismo del futuro con el que sueñan
juntos los empresarios y el izquierdismo renovado, ese colosal montaje
mediático creado para instaurar aquí el modelo chino. Porque el hiper-capitalismo
será impuesto por quienes se dicen “anticapitalistas”.
La izquierda fue monárquica en 1978 y contribuyó más
que la derecha a la Constitución de 1978, categóricamente monárquica. Ahora se
ha hecho republicana. En 1978 era contraria a la revolución y hoy también, pues
izquierda y anti-revolución son sinónimos. El proyecto estratégico de la
izquierda es la III república, que concibe como un régimen de extrema derecha de
facto, oculto con retórica izquierdista, socialdemócrata, pues el estalinismo
viejo y nuevo es fascismo de izquierdas.
La izquierda le es imprescindible al capitalismo
para manejar a las clases trabajadoras y populares, sobre todo en momentos
críticos. Por eso el capitalismo financia a la izquierda. En 1974-1978, gracias
sobre todo a la izquierda, fue arruinado un estado de efervescencia popular que
podría haber evolucionado a situación revolucionaria. Hoy el capitalismo
necesita una izquierda nueva (que está creando) capaz de realizar sucesivas operaciones
de ingeniería social, intervenciones legislativas y manipulaciones
político-ideológicas que culminen en un nuevo orden económico similar al que
mantiene en China el Partido Comunista, con sobre-explotación despiadada,
ausencia general de libertades, feminicidio a colosal escala, anulación de la
persona, deshumanización general, represión fortísima, adoctrinamiento
ilimitado y Estado megapolicial.
Un ensayo, aunque a un modesto nivel, es el actual
gobierno de coalición de la izquierda en Andalucía, excelente para los
terratenientes, la banca y el aparato estatal pero sobre todo para los jefes
del izquierdismo burgués y estatolátrico. Que Andalucía sea la región más pobre,
con más paro, más desigualdades sociales y más deprimida de la Unión Europea tras
casi 40 años de gobierno de la izquierda resulta de ello.
Cuando derecha e izquierda coinciden en negar la
idea y proyecto de revolución ésta se convierte en la noción clave para
resistir y vencer al orden constituido.
Revolución significa transformación integral. Niega al parlamentarismo -que es un
régimen de dictadura política- en todas sus formas, situando como meta primera a
la libertad, en tanto que libertad de conciencia, política y civil. Su esencia
es el autogobierno popular, a través de un régimen de intervención y
participación directa de cada individuo en la totalidad de la vida política,
económica, cultural y social. La asamblea, en concreto un sistema de asambleas
en red, ha de ser el organismo de gobierno del pueblo por sí mismo.
Si la sociedad se autogobierna no es necesario ese
aparato de dominio, fomento del capitalismo, nulificación de la persona,
violencia institucional, adoctrinamiento perpetuo, militarización de la vida
social y expolio fiscal que es el ente estatal. Éste debe desaparecer. Mientras
existe Estado no habrá libertad para el pueblo, por eso los liberticidas de la
izquierda, igual que los de la derecha, se proponen ampliar y expandir el
artefacto estatal, como Estado policial, Estado “protector” de la mujer, Estado
cultural, Estado de bienestar, etc.
Hoy la voluntad revolucionaria se ha de manifestar
negando las soluciones dentro del sistema, y repudiando a quienes se integran
en él, supuestamente para cambiarlo desde dentro pero en realidad para
renovarlo y reforzarlo, a imitación de lo que hizo el PSOE con Felipe González
en 1982-1996.
El anticapitalismo verdadero es parte decisiva del
proyecto revolucionario. Es diferente de lo deseado por la izquierda, el
capitalismo de Estado y la nacionalización (estatización) de la banca, que
pondría en manos de la nueva casta partitocrática de izquierdas un poder
económico enorme. El proyecto de revolución niega el capitalismo en todas sus
formas, el estatal tanto como el privado. Su propuesta es que los recursos
productivos deben pertenecer a quienes los utilizan, las clases populares. La
elite empresarial es innecesaria y funesta. Los trabajadores pueden y deben
dirigir la totalidad del proceso productivo, para lo que necesitan
autoconstruirse como clase. El trabajo asalariado ha de desaparecer, lo que
equivaldrá a revolucionarizar de raíz el acto de trabajar.
El único anticapitalismo creíble es el que se dice
partidario en actos del proyecto de revolución total, integral. No hay
anticapitalismo sin revolución.
La revolución atiende a la parte espiritual de la
persona, erradicando el actual estado de desespiritualización, vacio ético,
soledad patológica, desestructuración anímica programada, desamor, represión
del erotismo y destrucción general de la esencia concreta humana. La
autoconstrucción del sujeto se hace componente decisivo del proyecto y programa
de revolución integral, la cual no otorga primacía a las metas económicas ni a
las políticas dado que se propone revolucionarizar la vida humana real en su
totalidad finita, sobre la base de crear un orden social sustentado en valores
y metas inmateriales: libertad, verdad, autogobierno, convivencia,
sociabilidad, esfuerzo desinteresado, responsabilidad, libertad de conciencia, fortaleza,
voluntad de bien, consumo mínimo, reconciliación con la naturaleza, belleza y
sublimidad.
Frente a una izquierda entregada a la falta de
creatividad intelectual, la mediocridad, el maquiavelismo, la repetición del
pasado, el fisiologismo, la sordidez y el conservadurismo la noción de
revolución sostiene que se necesita pensar y obrar creativamente, saltando con
valentía por encima de lo establecido.
La revolución es necesaria porque sin ella nada
importante y ni siquiera nada de segundo orden puede ser resuelto. Pero, ¿es
posible?, ¿es realizable? La respuesta es que, por encima de todo, resulta ser
necesaria, imprescindible. Sobre su facticidad el tiempo dirá.
Esto dependerá de lo que se haga. Desde luego, nunca
será posible si en cada coyuntura política se otorga respaldo a “soluciones”
dentro del sistema, como es la III república, burguesa y capitalista. Porque la
idea de revolución, penetrando en las clases populares y en todas las personas
amantes de la libertad y el bien, la hará posible en algún momento del futuro.
Revolucionarias son quienes como tal se declaran y en esa dirección trabajan
cuando, como sucede hoy, todavía no hay posibilidad práctica de hacer realidad
la idea revolucionaria.
Hay que ir estableciendo un bloque múltiple y
diverso de la revolución, que se oponga al bloque de la reacción, monárquica o
republicana, así como la vieja y nueva izquierda que es instrumento del gran capital
español para implementar aquí el ultracapitalismo asiático. Un bloque plural,
unido por un programa mínimo de transformación social integral. En él hay sitio
para quienes, sintiéndose de izquierdas, rompan con el programa socialdemócrata
y se declaren a favor de la revolución.
Adherirnos ya a la idea, proyecto y programa de
revolución llena nuestra existencia de dinamismo, esperanza, ética y
creatividad, nos aparta del pancismo, la rutina, la sordidez y el
conservadurismo, nos hace fuertes, activos, generosos e innovadores, nos
estimula a autoconstruirnos como personas, nos permite contemplar todos los
problemas de la sociedad y el ser humano desde un ángulo diferente al común,
que es el de la estolidez y mediocridad burguesas. Por eso la noción de
revolución es imprescindible para mejorar cualitativamente nuestra existencia
aquí y ahora, para dar sentido a nuestras vidas, para dotarnos de vigor y
sublimidad. Todo ello es ya la revolución.
La clave está en que la revolución es necesaria. Y
su necesidad la hará, antes o después, posible. Y cuando sea posible será
convertida, con inteligencia y valentía, por el pueblo en una realidad
magnífica, iniciándose un periodo nuevo de la historia de la humanidad.